viernes, 5 de febrero de 2016

No había descubierto la fuerza de mi cuerpo, de mi mente y de cuánto me afectan las cosas. Lo que no digo, me afecta. Cuando sucede algo en mi vida que intento ignorar mi estómago hace de las suyas y me juega sucio, o limpio, porque al menos mi estómago no se queda callado.
He vomitado angustias, preocupaciones, pensamientos. Vomito todo lo que no digo.
¿De qué sirve someter el cuerpo a tanto estrés? ¿Por qué tanto miedo a las palabras?
Todo lo que no dice la boca lo dice el cuerpo y lo he comprobado muchas veces. Desde la felicidad hasta la tristeza más profunda. Muchas veces me he sentido incómoda dentro de mi misma y es justo en esos momentos que mi cuerpo habla y me da una lección.
Cuando mis manos deciden enfriarse y quedarse sin fuerzas y mi estómago decide hablar por sí solo, me doy cuenta de cuánto me cuesta escucharme, porque siempre es más fácil ignorar lo que incomoda, hasta que el cuerpo dice: ¡Basta! Y empiezo a sentir que mis manos gotean el miedo, mi estómago se contrae y siento el vómito venir, los sapos y culebras, las palabras no dichas, la tristeza no identificable.
El cuerpo nos habla y nos dice lo que no queremos escuchar. Siento que debo obligarme a hablar conmigo misma, a darle un respiro al estrés y dejar ir al miedo, regalarle un viaje sin retorno, porque la vida con miedo es lo más cercano a una prisión.


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